Hay que reconocer que la cultura política en este país
ha estado permeada por una corriente autoritaria desde el porfiriato, pasando
por la revolución mexicana, hasta llegar a las alternancias: la democrática y
la del retorno autoritario. Basta recordar aquella máxima porfirista
"mucha administración y poca política"; ya en la revolución mexicana,
donde toda la sociedad cabía en los sectores, es decir su corporativización y
no en la construcción de ciudadanía; por ejemplo, en la primera alternancia no
se supo construir la democracia, ésta como cultura política; ésta tienen un
reflejo en los resultados del "Latinobarómetro" desde hace más de 10
años, en donde se observa una desafección democrática hacia la primera
alternancia; y precisamente el desencanto de los electores lo basaron en el retorno
al autoritarismo; y por ende en la nulificación hacia la ciudadanía; y cuya
observancia en el comportamiento del voto de los electores fue su conversión en
los nuevos siervos político-electorales, donde lo más relevante es la compra ya
no de las voluntades, sino de la dignidad personal.
Quizá, actualmente el reto para el PAN y el PRD en la
política mexicana es como volver a prestigiar a la democracia y convertirla en
una cultura de la democracia, y así romper con la imitación de una cultura
autoritaria y sus prácticas ("cochinitos"; "moches";
"diezmos"; "deformación de la obra pública", "utilización
de los cargos públicos para enriquecerse", “otorgamiento de permisos para
casinos”, etc.). Dentro de los retos inmediatos se encuentran el
fortalecimiento de una cultura de la legalidad, ello para romper con el sistema
de complicidades; y la formación ética de nuestros ciudadanos y políticos.
Retomando la crítica anterior, también es importante observar
entre las y los mexicanos, las diferencias geográficas, y la de mayor calado,
la cultura del centro con la periferia o con los gobiernos subnacionales, y
aquí, más allá de la parte psicológica, la política es percepción y allí es
donde todas y todos tienen una opinión sobre la cosa pública pero en el caso de
los dirigentes, su principal reto es transitar hacia una cultura política
democrática: dialógica, de respeto a la diferencia, aceptación del pluralismo,
tolerancia, y sobre todo, aceptabilidad de la crítica y del ejercicio de la
libertad política; porque si se mantienen en ser copartícipes de la cultura
autoritaria, entonces debemos esperar un mayor deterioro de la vida pública
mexicana.
Particularmente, cuando observas a un político que
aparentemente es un profesional y se conduce como un imberbe, y ¿cómo es un
imberbe?; pues es el político que hace berrinche, el que utiliza sólo el
estómago y nunca el cerebro; en fin, se evidencia como un actor político
irracional y, que por cierto, siempre tiene que contratar consultores porque no
tiene la capacidad ni el talento ni el talente y menos la altura de miras para
resolver su propio odio y diseñar otro tipo de política; y a quienes puedes
decirles por sus "hechos los conoceréis". Dicho sea de paso, de estos
tipos de políticos tiene muchos Veracruz, quienes piensan que la política es un
juego de hígados.
Finalmente, los políticos de este país son un reflejo
de la propia sociedad, y lo más patético es cuando el único refugio discursivo
de la sociedad hacia los políticos es sobre la "calidad moral" de sus
políticos, argumento que en estos momentos suena más fascista que a un análisis
racional. Es así que la enorme tarea de la sociedad sea pasar de los discursos
moralistas a las acciones, que transiten a ser ciudadanos y que empiecen a
limitar y moldear a sus políticos. Eso es lo que queremos observar los
políticos responsables; de aquellos que lleguen a convertirse en ciudadanos, y
que aquellos pugnen por elevar la calidad de los políticos. –Es así, como el
reto de la sociedad mexicana es civilizar a sus políticos-.
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